Estoy escribiendo esto un 4 de mayo. Sí, un día después de su tan aclamado show en Copacabana. Quizás este texto es una forma de hacer catarsis por la cantidad de videos y tweets que consumí al respecto en menos de 24 horas. A lo mejor, mi cuerpo me está pidiendo hacer detox y yo sólo puedo obedecer. Estaría mintiendo si dijera que no me quedé con ganas de ir a Río para ver a la Mother Monster, así que probablemente sólo estoy ahogada de FOMO.
Personalmente, sigo a Lady Gaga desde el 2010 (tenía sólo once años). No sería capaz de olvidarme el momento exacto en el que, no sólo fui consciente de su existencia, sino que sentí el impacto que tuvo en mí una estrella pop: estaba en la casa de mi abuela porque mi tía venía de buscarme del colegio. Era de costumbre que yo me aburriera porque mi tía seguía trabajando y mi abuela dormía por la tarde, así que sólo intentaba entretenerme con la computadora que tenían. Un día, muy harta de buscarle lo divertido a Mi Primera Encarta y de jugar siempre a los mismos juegos para vestir, entré a YouTube con la esperanza de que hubiera algún contenido audiovisual que me hiciera pasar las horas hasta que mi mamá viniera a buscarme. Y ahí lo vi: Bad Romance, publicado por LadyGagaVEVO. Durante mis cortos años de vida, había escuchado hablar de ella alguna que otra vez, pero algo en mi cerebro se prendió en ese momento: ¿Lady Gaga? ¿Qué es ese nombre? ¿Quién se llama así? Por supuesto, mientras veía el videoclip, había algo magnético que no me soltaba porque no era sólo la canción y su excelencia, sino los vestuarios, los peinados, los colores, la narrativa del video. Bad Romance se sintió como un flechazo directo hacia mi corazón porque, a partir de ese momento, no dejé de escucharla. Obviamente, ese algo seguía encendido en mi cerebro: ¿Quién se puede vestir así? ¿Por qué tanta peluca? ¿Por qué esos zapatos? ¿Por qué es tan extravagante? ¿Por qué no puede ser más “normal”? Y sí, fueron exactamente todos esos atributos los que me hicieron firmar algún tipo de pacto implícito como Little Monster.
Venía de escuchar a Miley Cyrus, Selena Gomez, Demi Lovato, Jonas Brothers… lo único que había consumido hasta ese momento era producto de Disney. Obviamente que Lady Gaga le iba a chocar a la Lucía de 11 años. No sé si fue la casualidad de que ese fue el año que tuve mi primera menstruación o el hecho de que durante el 2010 pasé por un bullying feroz en el colegio primario, pero había algo de Gaga que me abrazó porque a partir de ese momento empecé a escuchar sus entrevistas sobre ser diferente, sobre destacar, y que no hay nada de malo en eso. Ella apareció como una Madre que vino a abrazar y proteger a todos sus hijos porque de repente todos sus oyentes nos sentimos cobijados en sus letras, en su música, en sus palabras y en su visión sobre el mundo.
A partir de aquel día en 2010, seguí adentrándome en el mundo de Lady Gaga y llegué a descubrir que cuando ella asistía a la universidad, hicieron un grupo en Facebook llamado Stefani Germanotta, you will never be famous y me hizo sentir orgullosa de la cantante que estaba siguiendo porque para ese momento yo me daba cuenta que ella ya estaba en la cima. También había encontrado un artículo donde ella explicaba por qué fumaba marihuana para inspirarse y escribir canciones (un dato que a mis once años me había impresionado), leí en su biografía de Wikipedia que ella había empezado a tocar el piano a sus cuatro años (me hizo admirarla aún más porque la veía como una niña prodigio) y, obviamente, me terminé enterando de los rumores de que era hermafrodita (a lo cual ella respondía con mucha altura).
De Bad Romance, pasé a Poker Face, Paparazzi, Just Dance y los icónicos videos musicales Alejandro y Telephone. Los veía y escuchaba en loop una y otra vez, estaba tan fanatizada con ella que, para no perderme de ninguna canción, me ocupaba de googlear todo su álbum The Fame en todas sus versiones para descargarlas todas en el Ares y pasarlas a mi MP4. No había tema que no me encantara.
Me fascinaban la estética de sus videos, las letras de sus canciones, el ritmo de su música, los simbolismos religiosos y aquellos que apelan al deseo por el otro. Había encontrado mi mundo porque me resultaba increíble cómo una cantante podía sobresalir tanto en lo que hacía, cómo podía ser tan extravagante y hacerse ver en todo momento. Era controversial porque hablaba abiertamente de la comunidad LGBTQ+ (en un contexto donde para mí no era tan común de escuchar) y los incluía como parte de la narrativa esencial de sus canciones, salía a sus presentaciones con sus vestuarios inusuales y excéntricos, incluso recibió un premio con un vestido hecho de carne y abrió los Grammys presentándose en un huevo. Siempre había más y más para aprender de Lady Gaga. Incluso recuerdo con claridad que aprendí bastante inglés por googlear sus letras para poder cantarlas, y una canción que me había impactado era Monster porque hablaba de un ex-novio que era malo y decía que él se había comido el corazón de ella. Me impactó porque era la primera vez que leía letras musicales con tanta profundidad emocional (sí, Gaga tiene luna en escorpio, que no los sorprenda ese dato) y que hacía alusión a una situación o alguien que te estaba consumiendo.
That boy is a monster That boy is a monster He ate my heart (I love that girl) He ate my heart (Wanna talk to her, she's hot as hell) He ate my heart (I love that girl) He ate my heart (Wanna talk to her, she's hot as hell)
Obviamente, el momento bisagra en mi vida fue cuando salió Born This Way, no sólamente porque la canción principal (que llevaba el nombre del álbum) era una clarísima referencia a la comunidad LGBTQ+, sino porque había salido el video de Judas el jueves santo. Lady Gaga venía de tener acusaciones de avalar el satanismo por el video de Alejandro, por lo cual no quiso quedarse atrás en semana santa.
Luego de su era Born This Way, seguí escuchándola por medio de ARTPOP, Joanne y Chromatica, aunque quizás no con la misma frecuencia que antes. Cuando empezó con el jazz y a cantar mucho con Tony Bennet, le perdí el rastro ya que ese género musical nunca me gustó tanto. Aún así, ella no me había abandonado porque en una clase de danza habían marcado una parte crucial del entrenamiento con Anything Goes. Una parte de mí entendía que ella quería explorar otro género musical, pero por otra parte deseaba con fervor que vuelva la Lady Gaga que escuchaba sin parar cuando era más chica. Así que cuando en el 2024 sacó Disease (muy cerca a la marcha del orgullo en Argentina) no pude evitar ponerme muy feliz porque era exactamente eso lo que estaba esperando e incluso debo decir que Abracadabra superó mis expectativas.
Una vez más, ella había vuelto: con sus vestuarios, sus canciones pop, sus simbolismos religiosos… incluso le volvieron a hacer acusaciones por satanismo. Lady Gaga se comprometió en hacer música con una consigna simple: bailar. Y así le terminó brindando la alegría a millones de personas que estaban esperando algo nuevo de ella. La era MAYHEM vino a representar lo que significa su palabra: caos. Desde las canciones que, a mi parecer, me resultan las más obvias ya que tienen un aire más “alborotado”, como Abracadabra, Disease y Perfect Celebrity, hasta su estética grotesca, cruda, gótica y provocativa. Reivindicó su lugar como artista, como Mother Monster, como un ícono pop, retomando el beat que siempre la identificó. Unificó todo su legado y todos estos años vividos. A mi parecer, MAYHEM es el álbum que más la caracteriza como tal (y lo digo teniéndole un increíble cariño a The Fame y Born This Way) porque no sólo redobló la apuesta de todo lo que es capaz de hacer como artista y resignificó una vez más aquellos símbolos góticos y religiosos que antes la habían caracterizado. Sino que demostró que sigue siendo disruptiva, que sigue siendo extravagante y que no se ha olvidado de sus fans.
A esta altura, sólo puedo desearle un long live a su era MAYHEM: que siga vendiendo álbumes, que logre un tour mundial y que haga sold out en todos los países a los que vaya. El sábado 3 de mayo ya comprobó que llegó a lo más alto en su carrera: su recital en Copacabana convocó a dos millones y medio de personas. ¿Cómo no se trata de una era icónica en su carrera profesional si lo empezó rompiendo un récord mundial?
Y obvio, también le deseo que tenga el placer de volver a Argentina.